Llego a Sicilia a través del estrecho de Mesina. Y a bordo de la motonave Villa, que es empleada también como enlace ferroviario entre Reggio Calabria y la isla. En la bodega viaja un tren de mercancías, que ha embarcado en el puerto de San Giovanni. Queda atrás la costa calabresa, con sus barcas de pescadores. Buganvillas que se precipitan sobre el mar. Y acantilados rocosos entre cuyo matorral crecen abundantes florecillas silvestres. Bagnara Calabria. Palmi. Scilla. Y Gioia Tauro.

Cuatro perlas a orillas del Tirreno, entre viñas y olivos. Y bajo el vuelo rasante de las gaviotas. Luce un sol radiante. Y el mar, que es aquí intensamente azul, sortea con placidez las corrientes del estrecho. Mientras una brisa fresca apacigua el fuerte calor de mediodía. El verano se ha adelantado en Mesina. Que fue una de las diez ciudades más grande del mundo en el Siglo XVII. Dos veces se levantó contra los españoles. Una en época de los Austrias. Y otra con los Borbones. Pero fue cruelmente reprimida por ello. Aunque el peor castigo que ha recibido desde sus orígenes griegos fue el despiadado terremoto de 1908. Que provocó la muerte de 60.000 personas. Y redujo a ruinas la arquitectura histórica de la ciudad. En Mesina los sicilianos se despiden del sur para alcanzar el norte. Yo en cambio viajo al sur, con la banca española ya rescatada. Y la opinión pública intentando enterarse de la letra pequeña de la operación. Porque a la larga seremos los comunes quienes paguemos esto. Hay quién dice aquí que Italia podría correr la misma suerte que España, pero Monti comunica mejor que Rajoy. Y además comparte pasado en Goldam Sachs con su compatriota Draghi, presidente del Banco Central Europeo. Porque Goldam Sachs no sólo es uno de los bancos más grandes del mundo. Sino la maquinaria asesina que provocó la terrible crisis financiera que padecemos desde 2008. Y todo un complejo mundo de intereses que condiciona los mercados a su antojo. Si hay algo que identifica al norte es Goldam Sachs. Pero por hacer suyas las prácticas mafiosas del sur. Merkel también es el norte, pese a haberse iniciado políticamente en las Juventudes Comunista de Alemania del Este. Y ser hija de pastor luterano. Hoy maneja el timón de Europa, como nadie lo había hecho antes desde Carlos V. Que es un rey que forma parte de la historia de Sicilia. Porque desembarcó triunfalmente en la isla el 20 de agosto de 1535 tras vencer a los turcos en Túnez. También forma parte de la historia de la isla su hijo don Juan de Austria, que fue virrey de Sicilia entre 1548 y 1551. Y Miguel de Cervantes, que se recuperó en Mesina de las heridas sufridas en 1571 en la batalla de Lepanto. Pero esa era otra Espana. Catania se encuentra a los pies del monte Etna, todavía con una ligerísima capa de nieve. Y en cuyo cráter la mitología griega situaba las fraguas de Hefestos, rodeado de cíclopes y gigantes. Es la segunda ciudad más poblada de Sicilia tras Palermo. Y se encuentra a caballo entre Taormina, cuyo teatro inició sus escenificaciones en el siglo III antes de Jesucristo. Y Siracusa, que es donde nació (y fue asesinado por un soldado de Roma) Arquímedes. El matemático que empleaba los infinitesimales de forma similar al cálculo integral de nuestros días. Arquímedes no está representado monumentalmente en su natal Siracusa. Hay que viajar a Berlín para contemplarlo en los jardines del Observatorio Archenhold en versión del escultor contemporáneo Gerhard Thieme. Estas son las cosas que el norte aprovecha mejor que el sur. Porque el sur tiene excendentes de historia (y de arte) en cualquiera de sus manifestaciones sin sentirse por ello importante. Una de las catedrales más bellas del mundo se encuentra en Cefalú, entre Palermo y Mesina. De estilo arabe-normando, se remonta a 1131. Y entre sus joyas figura un mosaico en el ábside del Cristo Pantokrátor que representa el poder divino sobre el cosmo. Diferente es la catedral de Siracusa, de estilo barroco. Pero levantada sobre el antiguo templo griego a la diosa Atenea, parte de cuyas columnas jónicas conforman sus muros laterales. Dicen los lugareños que debió de ser tan esplendoroso aquel templo que su puerta principal estaba ornamentada de oro con incrustaciones de marfil. El sur se manifiesta en cualquier rincón de Sicilia. Ya sea como belleza natural. De manera artística. O en la conducta del hombre. Catania es una ciudad barroca. Bulliciosa. E ilustrada. En verano se abre hacia la calle. Y sus gentes llenan de ruido plazas, calles y jardines. Hay tenderetes de frutas en cada esquina. Y los asadores de carne (o pescado) sacan las parrillas a su puertas. Parejas de adolescentes acuden cada noche a la Arena Argentina (cine de verano) alternando película y beso. Mientras la redacción del diario La Sicilia, segundo en difusión de la isla, ultima minuciosamente sus páginas de nota roja (sucesos). Asesinato. Sabotaje. Extorsión. O secuestro. Cuando no la infiltración de la Mafia en los poderes del Estado. Hoy La Sicilia lleva en su primera página el empate (1-1) de la escuadra azzurra con España con un escueto titular: Italia, bene così (Italia, está bien). Durante este viaje al sur recorro Cefalú. Mesina. Taormina. Siracusa. Y Catania, que ayer acogió en sus calles la procesión del Corpus Domini. Con los carabinieri en uniforme de gala escoltando al Santísimo. He elegido cinco poblaciones diferentes dentro de Sicilia. Pero ello no implica que los lugareños de cada una sientan la vida igualmente distinta. Porque Sicilia para eso es muy comunal. Familiar. E intima. Camino alrededor de la vieja carcel borbónica (hoy abandonada) de Siracusa con ventanas selladas por barrotes que dan a la calle sin saber quienes poblaron sus celdas. Intento averiguar sin éxito que piensan cuatro ancianos que reposan sus manos sobre bastones a las puertas del Bar Giannino de Calatabiano, en las afueras de Taormina. Y siento curiosidad por saber quién tuvo el excelente gusto de instalar dos coquetos quioscos gemelos de bebidas -Vezzosi y Giamona- a ambos extremos de la piazza Victor Enmanuele III (y junto al corso Umberto I) de Catania. Son notas que reflejo en el block. Y que no llevan respuestas. La principales ciudades de Italia dedican sus calles más distinguidas a los tres primeros reyes de la Casa de Saboya cuando aquí la monarquía fue abolida en 1947 por referendum. Y me consuela comprobar que la calle más comercial de Siracusa ha sido rotulada con el nombre de Giacomo Matteotti. Político de origen veneciano que fue asesinado en 1924 por sicarios fascistas tras reprobar publicamente a Mussolini. Las rocas de lava de basalto del Etna que se adentran en las aguas del Jónico marcan los límites del sur. Son piedras negras que se baten en rompeolas con el mar. Y que parecen forjadas a fuego por cíclopes y gigantes de la mitológica Sicilia. Sobre ellas se ha posado el gabbiano tras su vuelo rasante. De hecho, los fenicios llamaban a Siracusa roca de las gaviotas. FERNANDO DE ORGAMBIDES, ESCRITOR ESPAÑOL